ILUSTRÍSIMA, VENERABLE Y ANTIGUA HERMANDAD Y COFRADÍA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO,
SANTÍSIMO CRISTO DE LAS ALMAS, NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ Y ÁNIMAS BENDITAS

IGLESIA PARROQUIAL DE SANTIAGO EL REAL Y DE REFUGIO

JEREZ DE LA FRONTERA


martes, 9 de noviembre de 2010

"A propósito del vocero –y no vocinglero- Fernando Cano"

Marco Antonio Velo. Todas las quinielas de las apuestas pregoneras semanasanteras sevillanas suscribían su nombre desde la noche de los tiempos. Un turbulento proceso electoral a Hermano Mayor de la Macarena, un rifirrafe con Palacio, una denuncia elevada a Roma y los ringorrangos propios del barullo cofradiero de cuando entonces –década de los ochenta- levantaron un veto ¿eclesial? sobre su definitivo nombramiento como protagonista del Pregón de pregones. Sevilla ha mantenido durante años -en la feroz y feraz resistencia del calendario y a punta de labios de la querencia popular- la idoneidad de eternos candidatos al atril del Teatro de la Maestranza. Antonio Burgos o el propio Fernando Cano figuraban a la cabeza de estos partos sine die. Ya se sabe: consecuencias del “ni fíes, ni porfíes, ni cofradíes”.

Sin embargo en el macareno, en el nazareno de la Albarizuela, en el abogado de las causas imposibles, siempre he detectado un orador de altos vuelos y un cofrade de pura cepa. Si tiro de la manta del disco duro (externo) que guarda (desmandada y desmañadamente) mis escritos de antaño, encuentro a porrillos artículos dedicados monográficamente a la capacidad declamadora de quien –ayer como hoy- asombraba y continúa asombrando a propios y extraños con la fecundidad de su parlamento, con el corolario de su prosa, con la escenificación de la elocuencia, con la fascinación de su glosa, con la pirueta de una intachable pieza literaria desprovista de folios y ni siquiera sustentada en apenas cuatro apuntes a modo de mínimo esquema.

Fernando es un espectáculo cuando eleva la voz en público. Porque no precisa de la apoyatura del papel (incluso recita de seguidillo y de memoria el ritmo de su poemas). Porque dibuja en el aire filigranas de dicción, anagramas de gongorismos verbales, toda una cabriola de imágenes líricas construidas al sesgo del pensamiento. Y porque mixtura la mitomanía del pasado con la sangre que irriga el corazón del presente. Un memorialista de la improvisación. Posiblemente el unánime acuerdo del Consejo General de Sevilla tendría que haberse producido hace quince años. Y no en razón a la actual edad de Fernando -73 años bien cumplidos y cumplimentados frente a los que el virtuosismo declamatorio no cobra mella alguna- sino a los plenos ejercicios de sus desempeños cofradieros y profesionales que entonces asumía con posicionamiento de un legionario en pleno fragor de la pujanza por el Evangelio de Cristo. Al margen del épico desgaste físico que la puesta en serie del Pregón conlleva. En cualquier caso asistiremos –con banderías de incondicionales nunca clónicos- a una página histórica de los cielos que nunca perdimos en el ángelus del hispalense Domingo del Pregón.

Contemplar la fotografía de Fernando Cano en el ABC ha servido para reactivar la memoria de nuestra primera adolescencia cofradiera. Y fue que de nuevo acudimos a toda mecha al último sábado del Tríptico de la Coronación porque allí brotaría, otra vez, la carne hecha verbo. Para descollar más la impronta del presentador –cada año innovando metáforas de cera derretida- que la del propio conferenciante. La inversión de los términos en el orden natural de este arraigado ciclo ideado en su día por el inolvidable Manuel Piñero Vázquez. La clausura del Tríptico regalaba anualmente el ábrete sésamo de la virtud del alma sostenida en la garganta de Fernando. Para nuestras entendederas el ponente pasaba a segundo plano. Siempre aplaudimos con mayor ahínco el continente del prólogo que el contenido de la obra. Como si la cadencia del diputado de Cruz de Guía condensase mayor hermosura que la propia del juego de bambalinas. Tan pronto finalizaba la misa vespertina y los Silverio, Manolín, Mariano, José Luis y compañía redistribuían el protocolo de la mesa presidencial y el público ya tomaba asiento en los Desamparados, como en un flash de atemporal intensidad, nuestra impaciencia reclamaría –de súbito e incluso por las bravas- el discurso de Fernando, la sinfonía adjetival de Fernando, las verdades indisolubles de Fernando.

Jerez está de honrosa enhorabuena: las golondrinas del sentimiento antiguo de una cofradía clásica de la calle Arcos –collación de la Albarizuela- han vuelto a posar sus nidos en los memoriales de la sevillanísima Basílica de la Madrugada Santa cuyo vértice –a cien kilómetros vista- continúa barruntando oles de Sentencia y Esperanza como letanías de lo secreto. Un jerezano ha sido nombrado vocero –y no vocinglero- de las excelencias de la universal Semana Santa de Sevilla. Yo también he ejercido mi derecho al voto a favor de su candidatura. Todos hemos ganado estas elecciones por mayoría absoluta. En el altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo de Pasión, sobre una alfombra plata repujada, Fernando Cano tomará posesión como Hermano Mayor de la Antigua y Venerable Cofradía de la Pura y Limpia Palabra.